La política no es asunto del evangelio, entonces ¿por qué debería preocuparme por ella?

La política no es asunto del evangelio, entonces ¿por qué debería preocuparme por ella?

La política no es asunto del evangelio, entonces ¿por qué debería preocuparme por ella?

Por Doug Stuart

La mayoría de las personas piensa sobre la política en términos de política electoral: elecciones, políticos y votos. Un entendimiento más sólido es que la política es más como un subconjunto de formas que los seres humanos escogen para relacionarse, particularmente con respecto al uso adecuado de la fuerza y el poder físicos.

La cultura es otro medio por el cual nos relacionamos unos con otros, y si bien una porción de ella es política, una gran parte no lo es. En este sentido, el dicho «la política es vida» es cierto. Cuando abogamos por algo que afecta la vida de otros, estamos haciendo política en este sentido muy amplio. La mayoría de los cristianos cree que el evangelio tiene implicaciones para el mundo real, lo que hace al evangelio relevante para la política.

Esto también significa que los cristianos son políticos, ya sea que lo sepan o no.

A los cristianos les importa cómo las personas en el mundo se relacionan unas con otras de formas que concuerden con la ética y el mensaje del Reino de Dios. No solo deseamos que los cristianos sean conscientes de las relaciones humanas que son parte de lo que significa ser humano, sino también que estén a la vanguardia en impulsar las relaciones humanas hacia un beneficio mutuo y una interacción pacífica.

Jesús dijo que su Reino no era de este mundo. ¿No es el involucramiento político una preocupación por «este mundo»?

En el anuncio por parte de Jesús de la venida del Reino de Dios, a lo largo de los evangelios vemos que su Reino no opera de acuerdo con los principios de los reinos del mundo («no es de este mundo»). Esto no significa que el Reino de Dios no sea para este mundo. La misma palabra «reino» es inherentemente política, que significa «el dominio del rey».

Los cristianos modernos suelen obviar el lenguaje explícitamente político del Nuevo Testamento. Las frases “Jesús es el Señor” e “Hijo de Dios” fueron, en los días de Jesús, una ofensa contra el César. Era el César quien entraba en las ciudades montado en un caballo de guerra, demandando la lealtad del pueblo, prometiendo una era de paz obtenida por la violencia y exigiendo sumisión. En contraste, Jesús vino prometiendo la vida por todas las edades («vida eterna») a través de la lealtad a él, una paz que no se obtuvo mediante la violencia, sino a través del perdón de los pecados y la sumisión a él.

Ser leal a Jesucristo es despojar a Roma de su poder y autoridad. En parte, cuando los cristianos invitan a otros a creer en el Evangelio, los invitan a declarar lealtad a Dios, no a un gobierno o partido político en particular.

¿No debería ser el florecimiento humano el objetivo de un buen gobierno?

El florecimiento humano debería ser el objetivo de cualquier institución humana, tanto privada como pública, siempre y cuando se realice dentro de su esfera de capacidad y habilidad.

Los cristianos que creen que el gobierno debería guiarnos o liderarnos a la prosperidad humana por lo general tienen en mente iniciativas y programas que fuerzan a los individuos y a las compañías a comportarse de ciertas formas que ven como la vía para lograr dicha prosperidad. Aun así, no reparan en que los gobiernos son en particular malos a la hora de guiar a seres humanos libres de formas que produzcan ciertos resultados. Cuando los gobiernos intentan elegir ganadores y perdedores mediante subsidios y privilegios especiales, casi siempre fracasan.

Como institución, la función específica del gobierno debería ser la de posibilitar la prosperidad humana mediante lo que de hecho logre esa prosperidad. Es decir, si la función del gobierno es proteger la propiedad privada al permitir el libre intercambio, no solo crecería la economía; las personas y las comunidades prosperarían no debido al gobierno, sino a que este asumió su función correcta en la sociedad.

La caridad privada no puede satisfacer las necesidades de todos, entonces ¿no necesitamos al gobierno?

La mayoría de las personas comparan lo que el gobierno invierte en el bienestar para los pobres con el de las instituciones de caridad privadas, y llegan a la conclusión de que las organizaciones privadas de caridad no podrían soportar el peso de proveer para los pobres si el estado de bienestar simplemente se retirara. No obstante, esta comparación es desequilibrada por dos razones. Primero, no da cuenta del hecho de que las organizaciones privadas de caridad, en promedio, tienen muchísimos menos gastos burocráticos que las organizaciones gubernamentales. El dinero invertido mediante instituciones de caridad privadas con frecuencia es más efectivo que los programas de bienestar gubernamentales.

Segundo, y más importante, ignora una tercera medida contra la pobreza que es muy prominente y no requiere para nada del gobierno: el capitalismo de libre mercado. Las personas lograron la prosperidad en los últimos 200 años no mediante programas de bienestar, sino mediante los mercados libres. Con frecuencia, los gobiernos han regulado el mercado de forma que crea las condiciones para más desempleo, aumento de los precios de los bienes y servicios, y otros factores que pesan sobre los pobres.

La caridad es solo una solución a corto plazo para los síntomas directos de la pobreza, no para sus causas. Una sociedad sólida aborda los problemas principales de la pobreza al mirar a una variedad de asuntos. Como cristianos, creemos que, debido a que el trabajo es esencial para nuestra vida y bienestar, ser receptores del fruto del trabajo de otro (privado o público) solo puede llegar hasta cierto punto. Lo que los pobres desean y necesitan es el fruto de su propio trabajo.

Este artículo se adaptó del libro Faith Seeking Freedom: Libertarian Christian Answers to Tough Questions, escrito por el Libertarian Christian Institute.

Publicado originalmente por el Institute For Faith, Work & Economics (tifwe.org).

Doug Stuart es director del Libertarian Christian Institute. Doug tiene una Maestría en Divinidad del Biblical Seminary. En la actualidad, vive con su esposa y tres hijos en Lancaster, Pennsylvania, donde trabaja como diseñador gráfico y productor de cine independiente. Ha servido como diácono en una iglesia evangélica, donde también ha impartido clases sobre cine y cultura, evangelismo, fe y economía, y no violencia.